Caminando con Jesus y la Madre

HISTORIA DE SANTOS.

SANTA ROSA DE LIMA. 





















 La vida  penitencial de Santa Rosa.

El santo es un imitador del verbo en el orden de la redención, y es así que toda obra de santidad realizada por esas vocaciones admirables que de vez en cuando asombran al mundo, se presenta como un simulacro vivo de la dolorosa pasión del verbo hecho carne santa Rosa de Lima, como pocos, se dio a esa imitación terrible de los dolores de Jesucristo; y sus mortificaciones fueron tan severas que su sola descripción admira y espanta.

 

La hemos visto ya en su niñez cargando troncos y ladrillos que a su ruego la indiecita mariana le arrojaba sobre los hombros. Aquella sirvienta indígena creció con Rosa, fue su confidente natural y a menudo el instrumento de sus trabajos penitenciales. Tenia Rosa catorce años a penas, y ya recorría el huerto intimo bajo el peso de una gran cruz de madera que levaba en hombros y que la hacia trastabillar y caer de rodillas, al mismo tiempo la frecuente consideración de su indignidad y el deseo de humillarse la inducían a pedirle a mariana que la escupiese y pisotease como a basura, actos que la indígena no dejaba de cumplir obedientemente, pero sin  rigor que Rosa hubiera deseado. Aquellos ejercicios, a pesar de su violencia, no eran todavía sino escarceos infantiles y ensayos ingenuos con que la niña se mostraba delante de su esposo místico, porque mas tarde vendría la obra de penitencia en toda su perfección y meticulosidad. Aquella obra penitencial tomo la forma de una guerra implacable que Rosa declaro a su cuerpo; pero no fue una guerra desordenada y sin mas leyes que las de su violencia, sin una batalla inteligente, bien meditada y mejor cumplida en el estrecho campo de su tierra mortal. Cierto es que los numerosos azotes con que la disciplinaba, siempre habían sido el pan cotidiano de aquel cuerpo tan débil y tan fuerte a la vez. Pero, cuando recibió su habito de terciaria, pensó Rosa que no bastarían en adelante las disciplinas que hasta entonces usara, y se fabrico otras de cadenas de hierro, con las cuales todas las noches se azotaba hombros y espaldas, hasta ensangrentar sus ropas y aun las paredes y el suelo de la habitación en que cumplía su riguroso trabajo. Así como en general planea su ofensiva de modo tal que castigue igualmente todas las potencias del enemigo, así distribuía rosa sus azotes entre todas las partes de su cuerpo, castigando a unas mientras se curaban las otras y volviendo luego a castigar las heridas a penas cicatrizadas.

 

Fray Juan Lorenzana, confesor de Rosa, no tardo en advertir que aquel genero de mortificación era execivo y le prohibió entonces el uso de la cadena. Afligida en extremo la virgen le pidió en cambio licencia para darse a corto plazo los cinco mil azotes que según tradición había recibido cristo se dio el confesor y la niña dueña ya de tan fabulosa riqueza empezó a administrarla con la inteligencia y en celo de un gran ecónomo darse mas azotes de los concedidos abría sido una desobediencia; darse menos, una cobardía, y emplearlos mal, una dilapidación. Temerosa de los tres extremos, la virgen calculo los azotes que le tocaban diariamente, y comenzó a dárselos de modo tal que los que le sobraban un día por debilidad de su cuerpo los agregaba en el otro hasta equilibrar el debe y el haber de su muy dolorosa economía por otra parte, si de tal modo imitaba la flagelación de cristo en el acto, también quería imitarla en sus intenciones, ofreciendo a dios aquella penitencia como reparación de sus insultos, impiedades y transgresiones ajenos. No había calamidad publica que rosa no tratara de conjurar abriéndose las carnes, a fin de contener el braso divino ya pronto a descargarse. Cuéntase que una vez, predicando en lima el venerable francisco solano, dejo caer algunas palabras que el pueblo interpreto falsamente como el anuncio de la destrucción de la ciudad. Rosa, temiendo por su patria, se administro esa noche tal lluvia de azotes que el tumulto de su flagelación atrajo a sus familiares los lleno de espanto con todo, la virgen no había renunciado a su cadena que la había prohibido fray Juan en su fuero interno se decía ella que la prohibición solo rezaba en cuanto a instrumento de darse azotes y que, sin desobedecer a su confesor,  bien podía ella dar a la cadena de marras un uso que no fuera el de las disciplinas. Entonces volvió a sus cadenas, la apretó en triple vuelta sobre su cintura, sujeto los últimos eslabones con un candado y tiro la llave donde nade podía encontrarla. Durante mucho tiempo sufrió el martirio de aquellos eslabones que se le metían el la carne; y nadie lo habría sabido nunca si una noche, padeciendo rosa un ataque de ciática, no hubiera entendido que los terribles dolores que sentía era debido a la cadena. Trato de quitársela, pero ni tenia la llave del candado ni logro romper los eslabones; entonces, como el dolor se le hiciera insoportable, llamo en su ayuda, y acudiendo mariana, vio los anillos de hierro incrustados en carne viva; entre ambas intentaron romper la cadena y viendo la inutilidad de aquel esfuerzo, mariana corrió a buscar una piedra con que golpear y abrir el candado mientras la criadita estaba fuera, rosa, temiendo que su madre notara el alboroto y descubriese el origen del mal se `puso en oración ferviente con tan asombroso fruto que, al regresar mariana con un guijarro, vio como el candado se había abierto por si solo fue necesario arrancar la cadena a tirones, no sin extraer con ella fragmentos de piel y chorreones de sangre a pesar de todo, y una vez curada sus heridas, rosa volvió a ceñirse la cadena n el mismo sitio de antes. Y otra vez fue necesaria la intervención de fray Juan de lorenzana, quien, decidido a terminar con el dichoso instrumento, le ordeno a la niña que se lo enviara. Doña María de usategui conservo durante mucho tiempo algunos eslabones de aquella cadena, y es fama que despedían un olor suavísimo. Ciertamente, lo que Rosa necesitaba era un buen cilicio, igual a los que usaron los penitentes de otra edad, cuya historia conocía. Pero, ¿Cómo procúraselo en su miseria? Un buen día, cierta persona devota le regaló un cilicio a Rosa el mejor vestido del mundo, bien que, según pensaba ella, no le habría caído  un poco más de anchura. Poco después, otra persona le hizo otro regalo de otro hecho de crines de caballos, que le llegaba hasta las rodillas que a penas la dejaba moverse. ¿Como describir la alegría que la virgen al recibir tan esplendido traje de bodas? ¡Era sin dudas, y muy conveniente para un esposo tan lastimado como el suyo! Mucho tiempo llevo aquel silicio, y aun lo reforzó interiormente con agujas finísimas; hasta que, mas adelante, cuando recrudecieron sus vómitos de sangre, rosa debió de abandonarlo a instancias de aquellos a quienes debía obediencia mortificada su cintura con la cadena, sus flancos y espaldas con los azotes y el todo con aquel duro cilicio, quedaba aun sin trabajo ciertas partes de su cuerpo que Rosa no tardo en castigar con manojos de ortigas y ramas espinosas. Solo las plantas de sus pies parecían escapar aun a tan minuciosa estrategia, cuando la virgen halló el modo de hacerlas participar en su batalla, metiéndolas en la boca del horno casero los días en que se cocinaba el pan. Desde entonces la guerra fue total, y sus mortificaciones, un trasunto fiel de las que padeció el crucificado. Pero ¿ y la corona de espinas? 













Parte de su biografia
VEALA EN:   http://www.corazones.org/santos/rosa_lima.htm







SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS.
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